El día más feliz en la vida de Rito Olvera
Bun Alonso Saldaña
Increíblemente Rito Olvera había cometido el error de programar su despertador 15 minutos después de las 7 de la mañana. Se levanto muy apurado y golpeo la rodilla con el buró de a lado de su cama, soltó una maldición en voz alta que lo asusto un poco, pues no lo hacia desde sus tiempos de universitario. Fue al baño y comenzó a rasurarse mientras recordaba el sueño que había tenido esa noche, eso también era raro en él que no soñaba desde hace mucho tiempo. Empezó a reconstruirlo poco a poco, primero un árbol, luego Susana, su compañera de trabajo esta junto a él, enseguida los dos comienzan a caminar llegando a una ciudad tomados de la mano y ella entra a una tienda de recuerdos, de repente a Olvera le llega la imagen de un castillo lleno de neblina y ella junto a él otra vez, recuerda oírle decir algo como “no, no es posible” y verla alejarse entre la neblina como entrando al castillo, después la reconstrucción del sueño se volvió confusa y Olvera siguió pensando tanto en Susana hasta ver en el espejo un hilito de sangre bajando por su barbilla.
Mientras se vestía se dio cuenta que el sueño le estaba generando cierta atracción y hasta ternura por Susana. Salio de su casa faltando 15 minutos para las 8 y por seguir repasando esa sensación ignoro el frío que hacia y se vio obligado a volver por un suéter. Entró, saco uno al azar que resulto ser gris y que no recordaba haber visto en mucho tiempo, se lo metió sin pensarlo, noto que su mano izquierda salía fuera con facilidad pero la derecha quedaba atorada luchando por salir de la manga y como una asfixiante estrechez le apretaba la boca y nariz fuertemente hasta que se percato que intentaba sacar la cabeza por una manga. Con la mano que tenia libre estiro hacia arriba la manga con todas las fuerzas que sus 42 años le permitían hasta lograr zafarse. Tiró rabioso el suéter ya guango al suelo y tomo otro que aún le quedara. Ahora nada le impidió lograr subir al auto y arrancarlo mientras pensaba que iba a ser la primera vez que llegaría con más de media hora de retraso a la empresa donde desde hace 15 años laboraba.
Sonaba The thin ice en el estereo de su coche del disco The wall, uno de los pocos que aún le sobrevivían de su vieja colección cuando cayo en cuenta del suéter tan ridículo que se había puesto, ganas no le faltaron por regresar a su casa a cambiárselo pero a estas alturas seria un acto de desfachatez. Comenzaron a escucharse sonidos de claxon a lo lejos que se fueron haciendo más constantes y sonoros hasta que Olvera tuvo que detener su auto y hacerse participe en una gran fila donde todos lo hacían sonar. En total eran tres filas sin avanzar y el auto de Olvera ya casi se encontraba en medio del gran embotellamiento de periférico. Golpeo enfurecido el tablero de su auto convenciéndose de que ya no llegaría al trabajo.
Observó a un hombre con un gran saco gris que bajaba de su auto y lo vio regresar 20 minutos después con la noticia de que 1 kilómetro más adelante un trailer que transportaba gallinas había volcado tras tener que esquivar de golpe un auto y las gallinas que escaparon de sus jaulas estaban deteniendo el trafico pero ya los equipos de rescate estaban en la tarea de atraparlas junto con algunos conductores que también ayudaban mientras la grúa removía el trailer volcado. Olvera se enteró de esto gracias al conductor del auto vecino que había bajado para cuestionar al hombre del gran saco gris. Resignado a la espera, bajo un momento para encender un cigarrillo, busco en los bolsillos del pantalón, en el maletín, en la guantera del coche y se dio cuenta que definitivamente ese no era su día. Se recargo contra su coche con una cara igual a la de todos los conductores, una mano rascándose la cabeza en muestra de desesperación y con facciones de hastío. El conductor de adelante bajo también, Olvera le preguntó que si tenía un cigarrillo pero él respondió que no fumaba y no volvieron a cruzar palabra. El frío ya comenzaba a calarle y otra vez enfurecido volvió al coche a tratar de calmarse. Se recostó en el asiento y se dejo envolver nuevamente por ese sueño tan extraño, por Susana en el, por ese castillo y ella desapareciendo en la neblina tras decirle “no, no es posible” y él mirándola tristemente. Los coches comenzaron a avanzar, primero 20 metros, luego 50 y otros 50, le siguieron 300, hasta que finalmente salio de ese embotellamiento, Olvera pudo observar al pasar por el sitio donde había ocurrido el accidente a una gallina aplastada que le repugno un poco.
Se hallo un momento sin idea de que hacer o a donde ir. Se detuvo en una calle poco transitada, todo le había salido deforme a lo planeado, sus planes por primera vez se estaban ejecutando malamente, sacándolo de una rutina casi ensayada frente al espejo, era como un manual donde día a día seguía los mismos pasos sin ningún espacio a la improvisación y ahora se veía ahí abandonado por esa monotonía. Dio stop al estereo del auto y se detuvo a pensar en Susana, en que se tendría que quedar con las ganas de verla, en realidad nunca había sido para él otra cosa más que una compañera de trabajo y ahora que la soñaba sentía la necesidad de apreciarla de una nueva manera aunque sólo fuera por ese día.
Regresó a su casa, recogió el suéter gris que dejo tirado al salir y marcó al trabajo para reportarse enfermo, se cocinó unos huevos a la mexicana que se le quemaron un poco y no pudo ni terminarlos por el sabor y ya no tuvo ánimos para cocinar otra cosa. Se derrumbó en el sillón que estaba frente al televisor, encendió un cigarrillo olvidado que comenzó a mover por el aire como haciéndolo bailar y observando la brasa que lentamente se consumía como ese estar ahí, que es tanto, sabiendo que podría hacer muchas cosas, tantas que no saber por donde comenzar y limitarse a mirar. Encendió otro y después otro hasta que terminó los pocos que quedaban en la caja y se quedó como adormecido por un largo rato, si los perros del vecino no hubieran ladrado muy fuerte, él hubiera seguido en su sueño en la nada con ojos abiertos por más tiempo.
Era mediodía y ahora el mundo le sonreía a Olvera con esos grandes dientes sucios, casi negros y los labios con grietas, erupciones y carcomidos por el hombre, por eso mismo salió para andar a pie por la ciudad, en busca de algo que aun no sabía que era, pero que todo hombre a su edad busca sin cesar en esos días en que el mundo se rinde a sus pies pero resulta demasiado grande como para sostenerlo en sus manos y se les escurre como la piel en sus rostros.
Llegó hasta el centro de la ciudad y las diversas tiendas que había le recordaban a aquella en la que en su sueño Susana se había metido sin razón aparente. En una de ellas compró una cajetilla de cigarros de una marca que no había fumado nunca, fue a la plaza y fumó uno antes de rechazar con la cabeza la oferta de un limpiabotas, después encendió otro sin terminar de agradarle en completo y guardo la caja en su pantalón para tomar un autobús de regreso a casa pues se había dado cuenta que el suéter ridículo que aun portaba lo abochornaba hasta hacerlo sudar por el sol que comenzaba a calentar la ciudad.
Por la tarde las noticias en la televisión no decían nada nuevo, crímenes por el mundo, asuntos políticos y charlatanes de palabrerías, un embotellamiento en la ciudad, bah, cosas aburridas que para Olvera no valían la pena ver ahora que su día estaba en pleno apogeo y sus ánimos se iban alegrando, en vez de eso cambio de canal a uno de caricaturas con las que rió enormemente sin importarle el verse ridículo. Recostado en el sillón una modorra lo empezó a poseer y más de dos veces estuvo a punto de flaquear pero Olvera no quería desaprovechar así su tarde, la noche esta para dormir, el día para él sería diversión y para no caer en las garras del sueño fue a su recamara y comenzó a desvestirse de esas ropas tan formales que vestía desde hace años. Se puso una pantalonera, tenis blancos y una playera de manga corta amarilla a pesar del frío que aun persistía y para aminorarlo se fue trotando al parque sin parar y cuando lo hizo dejo caer su agitado cuerpo en una banquita del parque y sintió como nunca el pesar de los años, descanso unos minutos y luego fue a un bebedero para después volver a la banquita donde aprovecho la refrigeración que el agua con sabor oxidado y la plena tarde le daban para sentir lucidamente los sonidos de pájaros sobre su cabeza que le rememoraban los encuentros en un parque parecido a ese con un amor contrariado de su juventud que hasta el día de hoy le hacia revolver las entrañas y que tal vez ese era el centro de su búsqueda, de algo que siempre le hacia darse de topes con la frustración y la rabia. Y pensó en eso mismo como en una manera de rehacerse, se puso de pie y saco fuerzas de lo mas recognito de su ser y empezó a correr salvajemente mientras sentía un puñado de lágrimas que luchaban por salir pero el decidió reír, y corría carcajeándose levemente con dos o tres lágrimas fugitivas. No se dio cuenta cuanto tiempo llevaba corriendo, pero sintió que su cuerpo y pulmones le suplicaban que parase y entonces obedeció y se demolió en otra banca, con un brazo se limpió el sudor que empezaba a calarle en la cortada de la mañana. Ahí descanso un poco tratando de no volver a esos recuerdos que el parque le habían traído de regreso y en vez de eso se puso feliz por que su cuerpo no era aquella piedra como desgastada por las olas que creía, por lo menos le había demostrado lo contrario en esa carrera que acababa de dar, exhaustante y sudorosa.
El agua de la ducha estaba tibia tal como le gustaba a Olvera que comenzaban a flaquearle las piernas. Se vistió de nuevo con ropa deportiva y se hecho en la cama para descansar su viejo cuerpo y tratar de dormir los recuerdos que se empeñaban en recorrer las calles que los traían de regreso para catapultar a Olvera a aquellas tardes cuando las ganas los carcomían y los hacían encontrarse y sobre sus cabezas un mapa de nubes presagiaban la pronta llegada de la noche donde sólo cabía la soledad, el amor y ella y otras tantas cosas más. No era posible que casi 15 años después estuviera volviendo con fuerza a ella, a la muerte y a las otras cosas que eran tantas; él destrozando su recamara, los espejos rotos, sillas volando y objetos que encontraba y arrojaba para que ella los esquivara, algunos no con mucha suerte, mientras ella gateando por un lado de la cama, con una mano tratando de proteger su cara decía “no te engaño, eso no es posible, estas loco” para tratar de calmar a un enfurecido y celoso Olvera que seguía corriendo y destrozándolo todo sin escuchar hasta que ella lograba escapar entre llorando y rabiando de coraje, soltando baba como un perro y arrancando su auto que parecía volar en vez de andar. Él, tirado ahí en la cama comenzaba a alucinar con esos momentos y las imágenes del sueño se le empalmaban a esos recuerdos y él queriéndolos ahuyentar con las manos como si fueran moscas, pero ahí estaba Susana que ya no era Susana, la neblina, el castillo y la esquizofrenia que no era posible que estuviera volviendo.
Creía haber sanado de aquellos días y de aquel suceso pero se había sometido a una vida de rutina que nunca le había dado el espacio de volver para sanar por completo como lo hizo de las cortadas en brazos y piernas que literalmente un amor tan filoso como una navaja de afeitar le había hecho hace años y ahora el simulacro de una vida en la que todo iba bien se derrumbaba en el momento preciso en que el día parecía estar mejor tras haber corrido como loco juvenil en el parque.
Salió lloriqueando y hasta babeando como lo hizo ella ese día pero a diferencia él no subió a su auto para estamparse poco después. La rabia contra si mismo le era el motor que lo volvía a hacer correr por todo el barrio moqueando y soltando lagrimas con un cielo rojizo ya por oscurecer, esquivando personas y autos, la frente ya empapada en sudor que resbalaba por todo su rostro enmarañándose con el otro liquido salado que Olvera se limpiaba con una mano como espantándose las moscas que no pudo espantarse antes.
Volvió a casa y revoloteando entre viejos escritos y cartas que nunca llegaron a quien debían haber llegado, sacó pluma y papel para plasmar las confesiones que nunca le había hecho y que le era tan urgente hacerle, en una primera hoja solo logro crear garabatos, rayones sin forma, espirales, líneas rectas, todo fusionado hasta crear una masa oscuro de tinta y jirones de hoja, la tiró en el bote de basura de la cocina y volvió a la mesa para seguir con la siguiente, ahora trato de dibujar un árbol, el castillo, un prisma con un arcoiris saliendo de el y más figuras garabateadas que tuvieron el mismo destino que las anteriores. Trató de calmarse y encendió un cigarrillo que a medias también fue a dar al mismo bote que las hojas. Era un absurdo que estuviera escribiendo algo para alguien que ya no podría leerlo pero tal vez ahí estaba la razón de hacerlo, de que ella ya no lo leería y para él seria algo así como una autosanación y un ahorro enorme en medicamentos y médicos con los que ya había acudido años atrás. Comenzó a trazar las primeras frases, entre rayones y letras temblorosas fue creando más frases que punzaban como latigazos pero que a su vez sanaban. Cuando terminó de escribir, la noche ya estaba instalada y con ella un hambre que reclamaba ser saciada. Guardó la recién nacida carta que aun no tenía un destino físico junto con las demás (que si lo tuvieron pero nunca fueron entregadas). Tiró de la mesa una masa de papel gelatinoso y pegajoso, se lavo las manos para prepararse algo que su improvisación culinaria le permitiera hacerse para cenar.
Ganas de dormir, miedo de dormir, ansiedad de dormir y cápsulas de clozapina que él daba por hecho que nunca las volvería a utilizar, siempre veía el frasco flotando en el cajón de sus discos viejos como si fuera la propia esquizofrenia que cada vez que a Olvera se le antojase escuchar algo de Bob Dylan, Pink Floyd, Clapton y abría el cajón con sus discos, ahí estaba ella siempre amenazando con salir de ese cajón que la guardaba pacientemente.
Quiso volver a construir su simulacro de vida, pero más bien trato de pensar en reconstruirlo de otra manera, que tomara otra forma, mutarlo, algo que se le asemejara más a la vida o a esa telenovela que estaba en el televisor donde los personajes terminaban en una felicidad imperiosa con las tres letras de FIN esplendorosas delante de ellos, y pensó en su vida como en una telenovela y que hoy fuera el final y terminarla con un FIN grande y decisivo cuyo futuro se sostenía como un puente inquebrantable de sucesos felices y gozosos.
Con las ganas de volver a trabajar mañana, de saludar con una sonrisa de agradecimiento a Susana, que volvía a ser su simple colega, con piernas adoloridas y el resto del cuerpo un poco también, y en el estereo de su recamara a un volumen adecuado para dormir sonaba por segunda vez en su día cierto disco de Pink Floyd, con estas condiciones se acostaba a deshoras listo para dormir después de fumarse un cigarrillo de marca nueva para él que no le terminaban de agradar.
Después de un día lleno de enlaces delgados a su pasado se preguntaba si en verdad habrá valido la pena todo lo de hoy, fue diferente en cada cosa que hizo y sintió y eso de alguna forma algo difusa era un logro que lo hacia sentir bien, repaso por su cabeza las caricaturas que había visto, volvió al recuerdo de la gallina aplastada que ahora le parecía divertida y a cualquier otra cosa para atraer al sueño y distraer a una presión en el pecho y a un poco de mareo que atribuía a esos feos cigarrillos con un camello en la caja.
Un ataque de tos que supuso que era por la misma razón del mareo le interrumpió en el momento mas lucido de sus reflexiones. Casi eran las 11 de la noche y Olvera ya se dejaba vencer por el sueño, como si en el centro de su cama se entreabriera un hoyo y se fuera hundiendo en el poco a poco y los artículos de la recamara se fueran cerrando como un puño contra él para después volverse a la fuga, unas luces de colores se estrellaban en sus ojos adormecidos casi secos, se acercaban a él, se alejaban, se hacían grandes y pequeñas, hasta que dejo de verlas tras haberse encontrado con una paz profunda.
Y de las luces que antes estaban jugando con la razón de Olvera, que se iban y empequeñecían se dejaban escuchar las melodías del track número 6 que salían a la noche de estrellas rasposas por las ventanas abiertas, there is no pain you are receding… i have become comfortably numb.